miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿Os acordáis de Francisco Linares? Fotógrafo cordobés de toda la vida


OS RECOMENDAMOS ESTA ENTREVISTA DE ROSA LUQUE EN EL DIARIO CÓRDOBA


NACE EN CÓRDOBA (1929).

TRAYECTORIA: MUY CONOCIDO EN LA CIUDAD POR SU TIENDA DE MATERIAL FOTOGRÁFICO, HA SIDO TAMBIEN ARTISTA DE LA CÁMARA.

Es muy alto, delgado, y tan quijotesco de apariencia como en su interior, pues este veterano de la industria fotográfica cordobesa y maestro de fotógrafos --aunque él, poco ambicioso y comodón, no se haya prodigado en la captación de instantáneas salvo por placer propio--, además de artista de la cámara es, según cuantos le conocen, una buena persona. Francisco Linares García, el hombre que siempre atendió al cliente con paciencia y simpatía tras el mostrador de Foto Linares, la tienda donde uno podía encontrar todo tipo de material fotográfico envuelto en sonrisas y consejos amistosos, cuenta con el respeto y el reconocimiento de la profesión. Prueba de ello es que ostenta desde el año 2008 la presidencia de honor de la Asociación Fotográfica Cordobesa (Afoco), en homenaje a toda una vida, de un modo u otro, al servicio de esa imagen fugitiva que el objetivo hace suya y atrapa para la historia.

--¿Cómo lleva el ser decano de la fotografía cordobesa?

--Es una cuestión de edad. He ido acumulando experiencia mientras trataba de llevar lo mejor posible el comercio de la fotografía y la enseñanza. Mira esta foto donde estoy con un grupo de presos a los que di un curso --y alarga la mano hacia el montón de fotos y recortes de prensa que aguardaban nuestra llegada sobre la mesa del salón de su casa--. En cuanto a las fotos, no he sido aficionado a mostrarlas en exposiciones o presentarme a premios, solo concursé una vez en 1951 en un certamen de Semana Santa y me llevé el segundo premio con una foto de la Virgen de las Angustias, que estaba todavía en San Agustín. Estaban encendidas todas las velas y le puse de título Y en cada vela una oración .



--El homenaje de Afoco se completó con la edición de un catálogo que recogía su trayectoria profesional. ¿Usted cómo la resumiría?

--No sé... Mira, cuando el 30 aniversario de Afoco, el alcalde, José Antonio Nieto, recordó que había sido honrado con él porque una vez quiso comprarse en mi tienda una máquina cara, una Canon, y yo le ahorré dinero recomendándole una Minolta. Y es que ganar por ganar dinero no me ha parecido lo importante, sino el consejo honrado al cliente. Fui en 1981 de los socios fundadores de Afoco. Recuerdo que estaba con Juan Vacas que en paz descanse, gran fotógrafo y gran amigo; nos enteramos de que estaban preparando una entidad de este tipo y como la vimos muy interesante nos apuntamos. No he parado de ofrecerme a todo lo que me preguntaban, si lo sabía, claro. De hecho, a las máquinas digitales les he echado la cruz, me han quitado la ilusión del laboratorio. Añoro muchísimo la fotografía clásica, la analógica.



--A pesar de haber hecho fotos artísticas de mucha calidad, se ha considerado más industrial que fotógrafo, ¿por qué?

--Porque he hecho las fotos para deleite mío, no me ha gustado exhibirlas ni figurar. Mis fotos siempre han estado en los escaparates de las tiendas. Jamás las he vendido, salvo casos en que me han llamado para un encargo concreto, como cuando durante varios años hice la foto de portada de la guía telefónica de Córdoba.



La tarde otoñal se cuela por la cristalera de este piso de Ciudad Jardín adornado con profusión de cuadros firmados por amigos --pero, curiosamente, pocas fotos-- y buen gusto por María del Valle, la esposa de ojazos claros, que sigue a nuestro lado la conversación. Una charla tranquila, salvo cuando a Linares se le agolpan los recuerdos y, con cierto desasosiego, quiere soltarlos todos en una sola respuesta. Como ahora, al hablar de que la fotografía ha estado presente en su familia desde hace tres generaciones.

La saga empezó con su tío abuelo Antonio Linares Arcos, que puso un estudio en la localidad jienense de Linares. "Mi tío abuelo transmitió la afición a mi padre. Este había nacido en Puente Genil, y aunque tenía a la novia en Linares, se fue a Sevilla como empleado de la casa Kodak --relata--. Era muy buen retratista de estudio, y decidió establecerse en Córdoba. Entró en sociedad con una familia en la casa de las columnas de la calle Concepción, donde ahora hay una hamburguesería. Montaron allí una tienda que se llamaba Racing donde se vendían bicicletas, discos de la marca Parlophone y un poco de todo, como luego fue Martínez Rücker en la calle Alfonso XIII. Mi padre, mi madre y yo, que he sido hijo único, vivíamos en el último piso. Hasta que se estableció por su cuenta en el número 2 de la misma calle, donde nos fuimos a vivir a la segunda planta".

--Algunos recuerdan a su padre como uno de los grandes pioneros de la fotografía en Córdoba. ¿Cómo era?

--En cierto modo fue un innovador, introdujo la luz artificial en el estudio. En vez de ponerlo en un ático como se hacía entonces, buscando una luz natural buena, lo montó en un sótano con arco voltaico, una luz muy potente con dos carbones que daba una iluminación muy bonita. Por entonces estaban también Montilla, en Cruz Conde; y Foto González, en la plaza de las Cañas. Pero mi padre, Antonio Linares García, hasta el año 37 o el 38 fue el fotógrafo de moda.



--Aparte de padre era su jefe, porque usted empezó trabajando con él. ¿Era exigente?

--Me inculcó lo que sabía, fue una enseñanza para mí en la barra, porque allí ya montamos tienda. Mi padre y yo éramos muy distintos, hasta físicamente. Yo largo y delgado, él bajito y rechonchete. Era un poco seco de trato, el genio cordobés como yo digo. No dudaba en cantarle las cuarenta a un cliente si se terciaba. Con eso discutíamos, porque yo le decía que al cliente había que darle la razón.



--Usted iba para químico. ¿Por qué abandonó los estudios?

--Sí, yo empecé en el 46 a estudiar Ciencias Químicas en Sevilla, por eso me ha gustado siempre el laboratorio. Pero una vez en Linares mi tío Diego, hermano de mi madre, me llevó a una fundición, y cuando el jefe de administración me dijo que era químico pero había dejado la profesión porque no le veía salida yo me desanimé. Me acuerdo que era la feria del 48 y ya no volví a los estudios. Por cierto, que en la feria de Linares del año anterior me invitaron a la corrida en que actuaba Manolete y me tocó presenciar su muerte.



--¿Y era la primera vez que asistía usted a una corrida?

--Así seria sí. De chico había ido a corridas nocturnas. Aparte de la tragedia, desde el principio recuerdo que se respiraba un ambiente muy malo; Manolete no había querido torear en Valdepeñas y los de allí fueron a Linares para abuchearlo. Un primo de mi padre tenía un estudio de fotos muy famoso y en su laboratorio revelaron todos los fotógrafos de prensa aquella noche sus fotos. Yo ayudé, y eso fomentó una afición que tenía de antes. Empecé con una maquinita Kodak, la Brownie Baby, que me compró mi padre a los 13 años por 12,50 pesetas.



Sonríe al hablar de su infancia de hijo único, una niñez mimada dentro de lo que permitían las carencias de los años treinta. Recuerda que cuando a los cinco años entró en el colegio de la Milagrosa ya conocía las primeras letras, "que me había enseñado mi madre con palillos de dientes --dice--. Era como un mecano, juego al que por cierto he sido muy aficionado. Tenía un mecanazo, me compraba las piezas en la juguetería Los Guillermos, de la calle Gondomar. Y me ha gustado mucho la micromecánica".

--Esa afición acabó resultándole muy útil, porque si no me han informado mal fue usted el único que reparaba cámaras en Córdoba, ahorrando al cliente que las tuviera que mandar a Barcelona. ¿Era así?

--Las arreglaba también un chico inglés, un tal Miles, pero eso fue posterior. Lo de la mecánica viene porque en los años cuarenta, con la Guerra Mundial, había mucha dificultad para la importación de máquinas y repuestos de fotografía. Nos íbamos mi padre y yo el sábado por la mañana a Madrid y el domingo estábamos en el Rastro, donde comprábamos máquinas usadas y yo las reparaba para venderlas.



--Mencionaba la Guerra Mundial, pero, ¿y la nuestra, cómo la vivió?

--Con mucho miedo. Aunque en el 36 tenía siete años recuerdo que pasamos mucho miedo el 18 de julio con los cañonazos que dispararon al tejado del Gobierno Civil, que estaba en el Gran Capitán. Desde la calle Concepción se veía a la gente alarmada corriendo para huir de los tiros. Esa noche pusieron mis padres unas mesas delante de los balcones para que no entraran las balas. Y en agosto sobrevolaron Córdoba aviones republicanos y una bomba cayó en el depósito de agua del bar de enfrente, Casa Mirita. Al lado estaba la confitería La Concepción, luego llamada Serrano.



--¿Qué otros establecimientos recuerda en la zona?

--La parte más comercial era todavía la Calle Nueva, Claudio Marcelo, pero luego cada vez se fueron haciendo más famosas Gondomar y Concepción, donde había tiendas muy importantes. A nuestro lado estaban la papelería Cañete, la óptica Crown y una heladería italiana. Y mira este CÓRDOBA que guardo de cuando me establecí ya solo en los años 60, donde nos anunciábamos nosotros, "Nuevo Linares, el amigo de su arte", con un diseño de Paco Aguilera Amate y otros amigos. Pero sobre todo se anunciaba Crescencio Marrodán, el negocio más importante de la calle, al que todo el mundo llamaba la casa Philips.

En Gondomar estaban la Librería Luque, Optica Cordobesa, y el famoso Club Guerrita. Y en Gran Capitán, el célebre hotel Simón, el Círculo Mercantil y el de Labradores, la Audiencia...



--¿Cómo era aquella Córdoba?

--Yo es que no la vivía mucho. Mi padre me apuntó en la calle Sevilla a Cultura Española, La Salle actual, en el año 38, y como era muy buen estudiante --añade rebuscando nervioso entre sus papeles una hojita con notas brillantes-- mi mundo eran eso, los estudios. Pero el primero de la clase casi siempre era Antonio Valverde Mazuelas, hermano del que luego fue presidente del Senado. Luego, como te dije, me fui a Sevilla a estudiar Química.

Aquella carrera se frustró, pero Linares supo sacar provecho de lo aprendido. Para empezar, gracias a sus prácticas con las probetas, en el laboratorio de su padre se movía con la autoridad y el misterio de un alquimista. Pero además, hombre práctico en el fondo, introdujo innovaciones técnicas para hacer más cómodo el oficio. "Entendía que había que trabajar a gusto --explica--. Encargué unas mesas altas para estar sentado en lugar de revelar de pie, y puse un gran tanque forrado de plomo para meter las cubetas. Los fotógrafos antiguos tenían los dedos marrones de la plata del papel, y se me ocurrió usar pinzas, lo impuse en la profesión. Puede darte fe Antonio Arenas, que entró de aprendiz con mi padre y siempre ha trabajado conmigo".

De aquel laboratorio salieron fotógrafos como Juan Ríos, que se estableció en Puente Genil; Dueñas, en Aguilar de la Frontera; Antonio Salmoral, el recordado cámara de Televisión Española, "y Pepe Jiménez Poyato, que también trabajaba en nuestro laboratorio".

--Salió de allí con usted y juntos montaron su propio negocio. ¿Qué les hizo dar ese paso?

--Un hermano mayor de Pepe, Antonio, fue a plantearle a mi padre que montáramos los dos un negocio, con ayuda de nuestras familias. Y así lo hicimos en 1952; nos instalamos en el número 8 de Gran Capitán, en un bonito local que diseñó el arquitecto Rafael de la Hoz, al lado de la cafetería Dunia. Como los dos teníamos inquietudes artísticas, aparte de atender la tienda empezamos a hacer fotos al estilo del neorrealismo italiano, con muchos claroscuros, aunque cada uno tenía su estilo. El estaba más en el laboratorio controlando a los empleados y yo con el público. Uno de nuestros clientes era Juan Vacas, entonces simple aficionado, aunque llegó a ser tan reconocido que fue el primer fotógrafo en entrar en la Academia de Córdoba.



--Su sociedad con Pepe Jiménez no duró demasiado. ¿Por qué tiró cada uno por su lado?

--Nos llevábamos bien, pero mi padre ya estaba enfermo y yo en el 63 regresé al negocio familiar. Pepe se quedó allí y llamó la tienda Studio Jiménez, hasta que la trasladó a donde sigue hoy, en Cruz Conde esquina a Tejares. Y yo, que al irme me acompañó Andrés Dueñas, que estuvo conmigo muchos años, en 1970 hice una sociedad, Francisco Linares SL, con don Arturo Gómez Cima, y abrimos tiendas en el 18 de Cruz Conde y en las calles Antonio Maura y Pintor Greco. Hasta el 77 que se disolvió por no ser rentable.



--Todo eso sin cerrar el establecimiento de Concepción, ¿no?

--Sí, yo me mantuve en él hasta que tiraron el edificio en 1978. Entonces monté Nuevo Linares en Góngora, 7. Estuve nueve años como socio industrial con los laboratorios Amplicolor, hasta que hice un traspaso a CB Foto y seguí trabajando allí, ya como empleado, hasta que me jubilé en 1993.



--Cuentan que en la Córdoba de los sesenta y setenta había un buen pulso cultural. ¿Tenía la fotografía su sitio?

--Pues sí, la fotografía era muy bien recibida. Yo estuve haciendo reproducciones de las obras del Equipo 57, que tenía muchas inquietudes. Por ejemplo, el padre de Pepe Duarte era ebanista, y en su patio poníamos cuadros suyos y yo los retrataba para catálogos. En esa época el Círculo de la Amistad estaba muy activo culturalmente. Jiménez y yo participamos en la creación del Cámara Club Liceo. Hubo una exposición de Otto Steinert que tuvo un exitazo.



Y vuelve a remover apresurado el montón de papeles en busca de testimonios gráficos de aquel tiempo. Días en que este hombre que ganaba amigos tras el mostrador cogía luego su cámara en busca de desgarrados paisajes urbanos, gracias a él perpetuados para siempre en un dramático blanco y negro.

--¿Tiene ordenado su archivo fotográfico?

--No, en absoluto. Pero guardo cientos de negativos con su fecha puesta, por lo menos las fotos que yo consideraba buenas. Uno de mis cuatro hijos, que tiene una casa grande en Belmez, se ha llevado máquinas y cajas que no caben aquí. Será él quien ponga un poco de orden.



--¿Qué imagen de las suyas salvaría de un incendio?

--Una que titulé Reflejos divinos , en la que se ve el Cristo de los Faroles reflejado en un charco una noche de mucha lluvia. Aún no existía el flash, y para hacerla aproveché la luz de los relámpagos. Esa me gusta.

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