domingo, 25 de mayo de 2014

El Cordobés 'conquista' de nuevo Las Ventas medio siglo después





Con el potente magnetismo de siempre, con su risa lobuna de jefe de la manada, El Cordobés, el mismo Manuel Benítez que movió a las masas durante sus años en el ruedo, volvió a poner el simbólico cartel de "no hay billetes" en el homenaje que se le tributó ayer en la plaza de toros de Las Ventas. Se cumplían exactamente cincuenta años de su confirmación de alternativa en la primera plaza del mundo, de la histórica efeméride de aquella tarde de mayo del 64 cuando toda España se paralizó ante las pantallas de televisión, las de casa y las de las tiendas, para presenciar una retransmisión cuya audiencia se calculó en torno a los veinte millones de personas. Y el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid quiso rendir homenaje a aquel fenómeno social desvelando un azulejo en recuerdo de la efeméride en los pasillo de Las Ventas, la cátedra que vio salir a hombros hasta en ocho ocasiones a aquel que fue para muchos un hereje de la tauromaquia.

El Cordobés llegó el primero, acompañado de Martina, su mujer, y de su hijo Julio, también matador de toros. Y mientras esperaba a los políticos, se dedicó a repartir por doquier risotadas, palmadas y abrazos ante los cientos de personas que se le volvieron a acercar imantadas por su desbordante personalidad y que gastaron las batería de sus móviles haciéndose fotografías con el mito. A sus casi ochenta años, con las greñas en blanco y con una corbata negra aflojada alrededor de su cuello de eterno jornalero, el Benítez se hizo el amo de una reunión que dejó pequeña la abarrotada Sala Bienvenida de Las Ventas, hasta el punto de que varios cientos de curiosos tuvieron que seguir el homenaje a través de las pantallas instaladas en el exterior.
Antes de los discursos, El Cordobés descubrió la placa conmemorativa y, exultante de felicidad, con la misma naturalidad expansiva e irreverente de siempre, se dedicó a palmear la cerámica en la que figura el lema del homenaje.

El día había amanecido nublado en Madrid, como aquel 20 de mayo de hace cinco décadas, cuando Benítez, que actuaba por primera vez en Las Ventas, cayó sobre el barrizal herido de gravedad por Impulsivo, el toro de Benítez Cubero del que se le concedió una oreja sin que llegara siquiera a entrarle a matar. El calor humano que rodeó a Manuel Benítez durante todo el acto se reflejó también en las palabras de quienes subieron al estrado, como Gonzalo, nieto del gran Antonio Bienvenida y de quien partió la iniciativa de la celebración del homenaje.

Y, rodeado de compañeros de su época -como Andrés Hernando o Manolo Lozano- y de taurinos y aficionados de todas las edades, por fin habló Benítez, con su acento cerrado de astuto campesino cordobés, con su expresiva gestualidad de mimo febril, para recordar unas cuantas anécdotas desordenadas y varios pasajes de su azarosa huida de la miseria. Se acordó de sus duros días de trabajo en los andamios de Madrid y de sus gélidas estancias en varias cárceles por tirarse de espontáneo -"y eso que no robaba como ahora hacen otros"-. Y por todo eso, por que ahora es "un hombre feliz", dio las gracias "a todos los madrileños, a la prensa, a los matadores, a los banderilleros, los picadores, los ganaderos..."

Y después de gozar frente al micrófono y de desear "que Dios os de a todos mucha salud", aún quiso El Cordonés hacer alarde de la suya y de su eterna flexibilidad con una forzada postura gimnástica que nunca podría soñar cualquier otro octogenario. Genio y figura, así pasen cincuenta años.

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