lunes, 29 de septiembre de 2014

Recordando la cornada que mató a Paquirri



ABC

Feria de Pozoblanco. El reloj marcaba las siete y veinte de la tardecuando sobrevino la trágica cogida. Ya han pasado 30 años. Corría el año 1984. Paquirri había saludado al cuarto toro de Sayalero y Bandrés con verónicas mirando al tendido. «Estuvo enorme», recordaba su banderillero Rafael Torres en el 25 aniversario (2009). Así lo narraba: «Mientras el caballo de picar se colocaba, se aguantó al toro en el burladero. Cuando se dirigió a Paquirri, se le cruzó. Y al siguiente lance se le venció por el izquierdo y le echó mano. Su instinto fue agarrarse a la cara y el pitón lo zarandeó durante mucho tiempo hasta penetrar en varias trayectorias. El toro no soltaba a Paco y el boquete era cada vez más gordo. Hasta que humilló y lo dejó». La sangre se despeñaba a borbotones por la taleguilla azul y oro entre las caras de horror del tendido.

El subalterno Rafael Corbelle, de la cuadrilla de El Soro -único superviviente del cartel maldito-, se arrancó el corbatín para que el hermano del torero le hiciese un torniquete en la pierna, que parecía haber recibido hachazos. «Que llamen al doctor Vila», se oyó. Cuando comenzó la intervención del cirujano Eliseo Morán, se oyó su voz entre el llanto: «Doctor, la cornada tiene al menos dos trayectorias, una p'acá y otra p'allá. Abra todo lo que tenga que abrir. Lo demás está en sus manos». Contaba en el 25 aniversario Corbelle que el médico, «con la tez blanca como el nácar, hizo todo lo que pudo». Y hablaba de las deficiencias de la enfermería: «Allí no había ni anestesia. Estaba llena de telarañas, muy sucia». Este percance fatal marcaría un antes y un después en la asistencia sanitaria en los cosos.
Agonía en la carretera

Buscaron la salvación en Córdoba tras la cornada de «Avispado». La ambulancia serpenteaba y el corazón del torero se paralizaba por segundos en la horrible agonía de una carretera angosta camino de Córdoba. A Francisco Rivera Pérez le faltaba el aire. «¿Cuánto queda?», preguntaba con un hilo de voz, que se apagó al llegar a la zona llamada La Alegría de la Sierra. El doctor Funes pidió al conductor que parase para inyectarle aliento. Nada se pudo hacer. Pasadas las nueve, con el quirófano del Hospital Militar ya preparado, la parca arrebataba al hombre y agigantaba la leyenda. «¡Se me ha muerto, se me ha muerto!», gritaba desconsolado su mozo de espadas, Ramón Alvarado.

Francisco Rivera nació torero y murió figura con solo 36 años. Perdió todo en el escenario donde todo lo ganó: el ruedo. Y se marchó en brazos de la noche más amarga.

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