LEÍDO EN ABC
Hay barrios que se trazaron según la división racional de las feligresías: esta calle para San Andrés, esta para Santa Marina, la otra para San Lorenzo. En Córdoba, en la Córdoba antigua intramuros, uno siempre nombra al barrio por el nombre de la parroquia en la que lo bautizaron, pero hay una excepción: un barrio sin parroquia pero con personalidad propia, de forma que los nacidos en la calle Parras (como Pablo García Baena), en Montero o en Rejas de Don Gome, aunque los sacaran de pila de San Andrés, San Lorenzo o Santa Marina son del barrio de San Agustín, forjado alrededor de la plaza y de la iglesia que le da nombre y luego consagrado en el mito de las canciones populares.
En la taberna Las Beatillas, uno de sus puntos de encuentro más castizos, Fernando Rodríguez recuerda cómo eran aquellas madrugadas ya de Viernes Santo, cuando la imagen de Juan de Mesa volvía a la plaza y no tenía hora de entrada. «Había festivales de saetas y puestos de churros. Alguna vez le dieron las ocho de la mañana», dice.
Fernando Rodríguez, cofrade número 16 de la hermandad de la Misericordia, sale a la plaza y señala su casa, que engalanó para la ocasión el Jueves Santo de 1995, la primera vez que la cofradía decana decidió pasar por su antiguo templo tras su marcha. En la plaza se recuerda todavía al que luego fue cronista oficial de la ciudad, Miguel Salcedo Hierro, escalando hacia un balcón con la túnica puesta para declamar poesías improvisadas.
La iglesia de San Agustín brilla al sol de la mañana de Córdoba, todavía flamante por la restauración que la Junta de Andalucía finalizó en el año 2009, cuando precisamente la imagen de Juan de Mesa la visitó de forma temporal, para una exposición. En la fachada, el azulejo que se instaló en la década de 1950.
La restauración
Era el final de un largo camino que había llenado de pesar al barrio. La joya barroca de la Axerquíase cerró en 1976 por problemas estructurales, y durante décadas pareció que nadie se preocupaba por ella. Los trabajos finalizados en 2009 devolvieron la belleza y la luz a una de las iglesias más singulares de la ciudad, construida tras la Reconquista, pero con estética de principios del siglo XVII.
El camino sigue por la calle San Agustín, frente a la casa de hermandad que la cofradía alquiló con opción a compra y donde ya está su escudo, Encarnación Madueño también la recuerda: «Yo la vi en su camarín, ahora espero que vuelva. Nadie sabe lo mucho que hemos hablado de Ella durante este tiempo», dice.
En una pescadería, Antonio José León, joven, pero también contento, habla de las viejas historias de la Virgen de las Angustias. Atiende a Antonia Losada Castro, hermana de la cofradía, cuenta todo lo que había llorado, de emoción y alegría, el domingo al conocer la noticia de que los cofrades habían aprobado que la cofradía volviera.
Han pasado casi 53 años desde que Nuestra Señora de las Angustias se marchó a San Pablo y la pregunta es obligada: «¿No han olvidado a la Virgen?». «Qué disparate, eso no se puede olvidar, nadie nos lo va a quitar», cuenta. La conversación de los vecinos es el sedimento de una cofradía que nació en la iglesia de San Agustín en 1558 y que allí recibió, 70 años más tarde a sus imágenes titulares, el valioso conjunto que había tallado en Sevilla el cordobés Juan de Mesa.
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