miércoles, 16 de octubre de 2013

ESTAMOS CON LAS MUJERES DEL MUNDO RURAL

Leído en EL DIA DE CÓRDOBA (FÉLIX RUIZ - CARDADOR)

Ayer fue 15 de octubre y, tras los fastos y alborotos del Día de la Hispanidad, llega en el calendario una celebración más modesta pero hermosa: el Día de las Mujeres Rurales. Yo lo celebro a mi modo, por supuesto, pues, aunque viva en ciudades desde hace 20 años con más o menos gusto o desagrado, fui un niño rural y me siento un hombre rural que, cuando acude al trabajo apretujado y seriote en un bus de Aucorsa, lo que nostalgia son los recuerdos de su infancia, las calles de un pueblo, sus olores, el tañido de la campana parroquial, las hojuelas, las gachas y los buñuelos de la abuela, las frías mañanas de matanza y el saludo constante a unos y a otros. Y el paisaje, claro, el paisaje, siempre el paisaje. Quizá, pienso ahora, sea yo un cateto a los ojos de tantos modernos como en este mundo nuestro hay, y probablemente con merecimiento sobrado, pero que a gusto se está siendo un cateto, coño; un cateto de Pozoblanco, por cierto, algo que le recomiendo a cualquiera que se lo pueda permitir. El caso es que como niño rural que fui me crié rodeado de mujeres rurales, hijo de una mujer que es maestra rural, nieto de una abuela que aliñaba el chorizo con una inspiración casi artística, vecino de mujeres rurales de las que aprendí no pocas cosas. Si al mundo rural se le ha estigmatizado en España desde que el país cayó en su muy cateto y desmemoriado sueño urbano, a nadie como a las mujeres les cayó ese asqueroso estigma. El tópico las dibuja como incultas, atrasadas, supersticiosas, beatas sin raciocinio, sumisas al hombre y a la sacristía o, en otros casos, entregadas a sus pasiones sin juicio ni mesura. Lo que yo vi de niño no fue eso sin embargo, sino a mujeres sensatas y corajudas, sabias en muchos casos, que influyeron en el avance de un país, y mucho menos es eso lo que veo ahora. La mujer rural de hoy sabe moverse en su mundo y por el mundo y, a mis ojos, logra un desarrollo como persona más amplio y rico del que alcanzan muchas de las mujeres que sufren la presión que supone una ciudad. No se trata en todo caso de comparar, sino de preguntarse por qué narices una mujer que vive en una urbe debe ser mejor que una mujer que vive en el medio rural y de luchar para que en cualquier sitio las mujeres puedan vivir en libertad, igualdad y plenitud. Que nadie olvide que la inmensa mayoría de los humanos somos hijos, nietos, bisnietos o tataranietos de una mujer rural. Sin ellas, nada hubiese sido. Dignifiquemos su imagen. Ni incultas, ni sumisas, ni venales, ni demonios. Mujeres, sólo mujeres, y, en muchos casos, grandísimas mujeres.

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